la masía
Mas Pastora se construyó en el siglo XVIII, como corazón de una explotación agrícola.
Siguiendo la tradición de las villas romanas, en el campo catalán se construían grandes y hermosas masías que muchas veces cumplían dos funciones: albergar a la familia terrateniente y, a la vez, ser el centro de producción agraria de los campos circundantes. Mas Pastora se construyó en el siglo XVIII como corazón de una explotación agrícola, en un momento en que la piratería y los ataques corsarios, que tanto habían castigado la costa ampurdanesa desde el siglo XII, ya no eran frecuentes. En los siglos anteriores, el miedo a los robos, asesinatos y secuestros habían obligado a la población costera a abandonar sus pueblos para instalarse en el interior, en Palafrugell, Calonge o Torroella de Montgrí, donde tenían más posibilidades de huir de los ataques. Pero con la paz, parece que se atrevieron a volver a construir otra vez cerca del mar.
Así, Mas Pastora se edificó en Llafranc pero les debía de quedar muy vivo el recuerdo de sangrientos ataques en el pasado porque le construyeron una torre de vigilancia adyacente, desde la que se veía y controlaba la boca de entrada a la bahía de Llafranc. No se sabe que fuera nunca de utilidad, pero debió de dar una sensación de seguridad a sus primeros moradores y hoy en día es una parte esencial de la casa, a la que le da empaque y belleza.
La masía y sus tierras, lo que se llamaba Mas Pastora, pertenecía a los Marqueses de Cruilles hasta que, según cuenta la leyenda, dejó de estar entre las posesiones de la rama principal de la familia para recompensar a un hermano menor, que resultó ser algo ligero de cascos. Su vida alegre y disoluta le dio muchas alegrías hasta que cayó en la cuenta de que se estaba jugando una eternidad en el infierno. Carcomido por los remordimientos y el miedo y creyendo que iba a asegurarse la misma eternidad en el paraíso, donó Mas Pastora al obispado.
La vida en Mas Pastora transcurrió tranquila a partir de entonces, controlada por el obispo y trabajada por los «masovers», que se encargaban de sus más de cien hectáreas de campo y bosque.
Muchas décadas después, ya en el siglo XX, una familia de Barcelona que solía navegar en velero frente a la paradisíaca Costa Brava conocieron la Masía y la abuela de los actuales propietarios se enamoró de ella. Mujer de una gran belleza y fuerte carácter supo convencer a su marido de que ya eran algo mayores para andar en velero cada verano, y que debían asentarse en Llafranc. Corría el verano de 1936.
Desde entonces la familia ha pasado allí sus vacaciones y largas temporadas, arreglando la casa, cuidando el paisaje, aprendiendo a amar la calma y la paz del paraje.
En el año 2017 los actuales propietarios decidieron convertir la gran casa, poco apropiada para una vida familiar en la actualidad, en un hotel en llafranc con encanto. Se han volcado, con todo el cariño, en mantener la estructura y la gracia de los detalles de la masía centenaria para disfrute de sus huéspedes, ahora y siempre.